Vestidas con sus tradicionales faldas aymaras acampanadas, "Martha La Alteña", "Susana La Bonita", "Juanita La Cariñosa" y "La Simpática Ángela" suben al ring a combatir por el honor y los aplausos.
Un hotel de El Alto, una ciudad de Bolivia del departamento de La Paz, comenzó a presentar este espectáculo de lucha libre como parte de una oferta turística que se suma a sus "cholets", los coloridos edificios con íconos de la cultura tiwanaku que son símbolo de una floreciente burguesía aymara.
En las graderías, unos 150 espectadores estallan con gritos y silbidos cuando las luchadoras comienzan la contienda.
Se han asociado con empresas de turismo para atraer público a sus dos presentaciones semanales. Una para los lugareños, con una entrada que vale 20 bolivianos (casi tres dólares), y la otra para turistas con un precio de 70 bolivianos (unos 10 dólares).
La lucha libre femenina comenzó en Bolivia hace casi dos décadas, pero tuvo que deambular largo tiempo por barrios pobres antes de comenzar a ganarse un espacio en el turismo.
La lucha libre o "catchascán" (variación de la expresión inglesa "catch-as-catch-can", "atrapa como puedas") llegó a Bolivia en su versión masculina a fines de la década de 1960, cuando películas mexicanas idolatraban a "El Santo", "Blue Demon" o "Huracán Ramírez".
Los luchadores bolivianos comenzaron a imitarlos con un espectáculo que aún se llama "Titanes del Ring" y fueron ellos quienes se dedicaron a apoyar la subida de las mujeres al cuadrilátero.
Clarin