martes, 14 de febrero de 2017

Cholitas luchadoras se enfrentan al patriarcado

Es domingo por la tarde en El Alto, Bolivia, y el sol se cuela a través de las ventanas manchadas de gravilla del Centro Multifuncional de la ciudad. Silvina La Poderosa se pavonea en torno a un ring situado en medio de la extensión de suelo de cemento, luciendo resplandeciente un traje de paceña. Dos trenzas perfectas asoman bajo un bombín que adorna su cabeza. Tiene un aspecto elegante y deliberadamente cuidado. Momentos más tarde está sobre el ring, con la cabeza de otra mujer bloqueada bajo su brazo en una media-nelson implacable. Su oponente chilla simulando estar en las últimas y Silvina echa la cabeza hacia atrás y estalla en carcajadas. Los espectadores, muchos de ellos todavía con la ropa que han llevado a misa, jalean encantados conforme el árbitro comienza la cuenta atrás.

Silvina es una cholita, un término que anteriormente se utilizaba despectivamente para describir a las mujeres indígenas aimaras y quechuas nacidas en Bolivia y en el Altiplano de Perú. Aunque es fácil ver a estas mujeres por las atestadas calles, con sus polleras y sus chales estampados, aquí en el ring parecen como fuera de contexto, mientras reducen a sus oponentes a un montón de quejumbrosos escombros ante la mirada extasiada de la multitud.

Pero esto es Bolivia y estas son las cholitas luchadoras. Y durante los últimos 15 años aproximadamente, sus luchas han sido el entretenimiento favorito de los habitantes de El Alto, una próspera metrópolis industrial situada sobre una cordillera, por encima de la ya asombrosamente elevada ciudad de La Paz.

Jenny Jara, una mujer boliviana descendiente de aimaras que trabaja junto a las cholitas, me explicó que la idea de las luchadoras femeninas fue introducida en el país a manos del organizador y promotor de lucha libre Juan Mamani, hace unos 15 años. Las luchadoras femeninas no fueron el primer espectáculo que probó y solo acabó considerándolas una opción seria después de ver que ninguna de las otras suscitaba interés entre el público.

"Primero lo intentó con enanos", me dijo, "y con payasos".

Si bien los enanos no consiguieron atraer al número de espectadores que buscaba Mamani, las mujeres vestidas con trajes tradicionales no dieron mucho mejor resultado, al menos al principio.

"No eran populares a causa de la discriminación y debido al hecho de que tampoco eran demasiado buenas", indicó Jara. El pequeño grupo de mujeres —la mayoría de las cuales eran esposas e hijas de luchadores masculinos— entrenaban dos veces a la semana bajo un trío de bombillas desnudas en el gimnasio de Mamani, a pesar de los terribles horarios que ya de por sí dificultaban la conciliación entre vida profesional y familiar.

Broadly Vice


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