miércoles, 28 de diciembre de 2016

Cholitas Luchadoras entre sillas y un par de botellazos

En la ciudad de Sucre, el escritor y poeta boliviano Alex Aillón asistió a una encendida jornada de Titanes del Ring y las Cholitas Luchadoras, uno de los espectáculos más peculiares del país andino, sino del mundo entero. Esta es la crónica de las palizas y acrobacias que presenció en el Coliseo Edgar Cojintos, donde además debió eludir alguna silla voladora y, por involucrarse más de la cuenta, bancarse un par de botellazos.

Primera caída
(la paliza sin fin)

Apenas nos dimos cuenta y de pronto los titanes Mercenario y Wallas le están dando ya una paliza que parecen dos palizas, tres palizas, mil palizas, a la travesti Carla Greta. La están agarrando a patadas en el suelo, una patada tras otra, mientras Carla Greta se retuerce de dolor y el público abuchea a los dos rudos que no están mandando el mensaje correcto a las próximas generaciones. ¿Pero a quién demonios le importa eso ahora? No, los rudos no se van a detener a analizar cuestiones de ética y moral en este momento, todo lo contrario, intensifican la lluvia de patadas: la paliza debe continuar, eterna, demoledora.

Sí señores y señoras, bienvenidos al show de Titanes en el Ring y las Cholitas Cachascanistas de Bolivia, el show más peculiar del universo, un show que mezcla lo transgénero, lo intercultural, lo bizarro, lo machista, lo feminista, lo grotesco, lo profundamente boliviano, lo profundamente no boliviano, lo platónico y lo aristotélico, lo barthiano y lo monsivaiano; en suma, todo el teatro griego, mexicano, aymara y demás metafísicas postestructuralistas y postcoloniales que te puedas imaginar, para que nosotros estemos cómodos con el baño de sangre que se viene y que promete sacarnos algo de la bestia que tenemos dentro.

“Se trata, pues, de una verdadera Comedia Humana, donde los matices más sociales de la pasión (fatuidad, derecho, crueldad refinada, sentido del desquite) encuentran siempre, felizmente, el signo más claro que pueda encarnarlos, expresarlos y llevarlos triunfalmente hasta los confines de la sala. Se comprende que, a esta altura, no importa que la pasión sea auténtica o no. Lo que el público reclama es la imagen de la pasión, no la pasión misma.” (Roland Barthes, “Mitologías”).

Pero antes:

¡Dos papas fritas por favor! ¡Un algodón de azúcar, maestro!

Ahora están sacando a Carla Greta de los cabellos fuera del ring, la paliza adquiere niveles mitológicos y Roland Barthes jamás pasó por aquí, y todo a ojos vista de niños, madres, padres, abuelas, dulceros, sanducheros, nosotros mismos, que no sabemos si reírnos o qué carajos hacer con esta escena surrealista que nos está regalando la vida, así que mejor nos reímos a más no dar con toda la plebe.

Wallas toma de los cabellos a Carla Greta (eso ya lo dijimos), la jala hasta la puerta de salida, la tira contra la puerta con tanta fuerza que la puerta se abre con su cabeza que cae ya fuera del supuesto territorio de este evento charlatán, donde se libra la batalla eterna entre el bien y el mal, entre lo técnico y lo rudo, entre la máscara y la cabellera, entre la trusa y la pollera, entre lo real y lo aparente.

“Al público no le importa para nada saber si el combate es falseado o no, y tiene razón; se confía a la primera virtud del espectáculo, la de abolir todo móvil y toda consecuencia: lo que importa no es lo que cree, sino lo que ve.” (Roland Barthes, “Mitologías”).

Mientras tanto Wallas ha tomado un basurero y se lo está tirando con todo y contenido a Greta, y de paso unas buenas patadas y un sillazo para dejar claro que el asunto va en serio. Otra vez los perdemos de vista, todos se han parado para ver qué ocurre más allá del horizonte, pero entonces la que regresa con Wallas del pelo es Greta, o Greto, porque su sexualidad es ambigua, es un ser más de otra galaxia que de ésta y su nombre en el mundo real tampoco debe ser ese, pero una vez más, ¿eso a quién puede importarle? Y entonces comienza lo que todos estaban esperando: la venganza de la cholita Carla Greta.

Recordemos lo que le dijeron al Santo antes de que cambiara de nombre e identidad: “Tienes que ser tú mismo y para eso tienes que ser otro”.

La mujer/hombre Carla Greta también carece de piedad y resulta ser una voladora empedernida. Agarra a Wallas de las mechas y lo avienta contra las sillas. Luego vuela por sobre su cabeza y con unas tijeras aéreas —que nos hacen creer en los superhéroes de Marvel— hace que Wallas salga volando por sobre nosotros. De paso remata al Mercenario, que había estado disfrazado de árbitro hasta el momento, con varias llaves y una serie de contundentes cabezazos. Entonces la multitud aplaude a rabiar, el bien ha vuelto a triunfar sobre el mal, sobre la engañifa, sobre la corrupción, sobre la mala onda. No pasa muy seguido en la vida real.

“Las fuerzas universales en pugna, ocultas o evidenciadas en el gesto y la máscara, son ahora accesibles al gran público. Su manifestación, como en antaño, participa de los movimientos frenéticos y violentos pero al mismo tiempo de la norma y la estructura indispensables en toda llave bien lograda. Lucharán a dos de tres caídas sin límite de tiempo, en el centro del ring, con gesto adusto, como todo buen referee se encuentra Heráclito, quien como ningún otro supo inteligir que la guerra y la tensión entre los contrarios están a la base del orden del Cosmos. En cada esquina, Apolo y Dionisos, ¡qué gran nombre para un par de luchadores!” (Carlos Monsivais, “Los rituales del Caos”).

The Clinic


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