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miércoles, 27 de agosto de 2014

Cholitas Luchadoras al ataque

Hay temas que nos fascinan. Y podemos regresar a ellos porque son inagotables. Es el caso de las cholitas luchadoras de Bolivia. Hace unos años las visitamos para conocerlas, charlar con ellas y dar cuenta de sus proezas en el cuadrilátero. Esta vez Luis Cobelo, uno de nuestros colaboradores en Sudamérica, nos envió este extraordinario material y no hemos podido resistirnos a publicarlo.

Bolivia es un país que parece anclado en un tiempo indefinido. En el aeropuerto de La Paz ya te das cuenta de eso. La pasarela de salida del avión es como transportarse a una película de serie B latinoamericana: luces tenues, mobiliario anticuado y una sensación de abandono y de que las cosas funcionan por inercia, por suerte. Los funcionarios de inmigración están en unas casetas de madera destartaladas de los años 60 y no hay nada informatizado; no es que me importe, pero ahora desconfío de las pilas de papeles amontonadas en las oficinas burocráticas. El aeropuerto del Alto, a cuatro mil metros de altura, es mínimo y las cintas de equipaje me recordaban a aeropuertos polvorientos y aire viejo. Antes de ir a Bolivia sabía que durante toda mi estancia no bajaría de los 3.600 metros de altura sobre el nivel del mar. Y mientras esperaba la maleta, inconscientemente esperaba sufrir un desmayo, presión en el cerebro o algo que me indicara que no era apto para esas alturas. Pero no, recogí mi equipaje y sigo vivo.

Lo primero que veo es un gran anuncio que dice “La Paz: 3.600 metros de placer y cultura”. Diviso muchas luces en el camino hacia el hotel. No me sorprendo, sé que estas “bonitas luces” son miles de ranchos que rodean la capital. El conductor me empieza a hacer preguntas, de dónde vengo y esas cosas. Pero el tema que más me interesa es el de la altitud, estoy insufrible. Le pregunto, “¿Qué va bien para el mal de altura?” y me responde “Mucho té de coca, todo el tiempo, pero no abuses porque es muy fuerte y te puede provocar taquicardia. Yo creo que todo es psicológico, a veces la gente se predispone a que le pase”. Pues sí, la cabeza es ideal para pensar en tonterías y la mía especialmente, así que adopto la postura mental “Deja ya de pensar en lo que no ha pasado”. Aprovecho y le pregunto si conoce a las cholitas luchadoras, si ha oído hablar de ellas. “¿Las cholitas luchadoras?, no señor, no las conozco. ¿Luchan en algún sitio? Yo las veo casi todos los días peleando en la calle por el puesto de comida o de ropa”. Su respuesta me deja confundido y tengo la impresión de que me voy a meter en un territorio bastante clandestino, y no estaba muy equivocado.

Son casi las dos de la mañana cuando llego al hotel. Me espera un amable recepcionista, lo que me hace pensar que los bolivianos son todos así, aunque durante el resto del viaje comprobaré que no. Me ofrece el primer té de coca de los cientos que tomaré. Vuelvo con el tema de la altura, “No se preocupe, estaremos muy pendientes de usted esta noche. Trate de dormir bien y mañana no haga esfuerzos, descanse y, sobre todo, no fume”. De reojo, veo un cartel sobre el mostrador que indica el nombre y el teléfono de un médico que está de guardia las 24 horas para todos los clientes que tengan problemas con el bendito mal de altura. La cosa es seria.

Al día siguiente, no hago esperar mi encuentro con la primera cholita. Antes de eso, mientras subo por una calle, a media manzana mis pulmones me piden más aire del que puedo darles y el corazón me late más de lo habitual; me asusto un poco, pero paro y descanso, sigo, me mareo, respiro con dificultad. Ahí están los temidos síntomas del “soroche”, como lo llaman popularmente. Prefiero volver al hotel, pido un té de coca y mis pulsaciones se equiparan con la falta de aire.

Breve historia de las cholitas luchadoras

Las cholitas en Bolivia son mujeres que visten trajes típicos: una falda llamada “pollera”, que tiene cinco capas, un sombrero parecido a un bombín, joyas y mantos tejidos minuciosamente. El fenómeno de las cholitas luchadoras se gestó a partir de la lucha libre clásica y comenzó en el año 2002, cuando algunos organizadores de estos eventos decidieron incluir mujeres. A uno de estos “visionarios” se le ocurrió la idea al ver un día una pelea en la calle de dos señoras cholitas y ver que nadie las separaba. Ahora entiendo el comentario del taxista. ¿Quién fue este visionario? Nadie lo sabe, pero casi todos los que organizan eventos de lucha libre en el país afirman ser los inventores de esta colosal y singular forma de pelea dentro de la lucha libre boliviana. Lo que sí está claro es que al hacerlo crearon una “marca” única en el mundo que ha llevado la historia de estas mujeres a rincones del mundo que quizá ellas ni sepan que existen.

La Mamacha

Carmen Rosa es propietaria de un local de comida en el centro de La Paz y la conocen como La Mamacha (la ruda, la temible). El sitio está al lado de su casa, humilde y destartalada, con conexiones eléctricas y tubos que salen por todas partes. La encuentro en la cocina, frente a una montaña de patatas, que pela con expresión pensativa. “Este pequeño restaurante es lo que me da cierta seguridad económica, aunque a mí lo que me gusta es luchar”, me dice. A su lado está su hija Lucía, que la ayuda. Carmen Rosa es sin duda la pionera de este deporte. A sus 45 años, asegura que le toca ceder el testigo a su hija, “si es que quiere”. Lucía me mira y asiente, está de acuerdo con la idea. Y es que los años no pasan en balde. En cada actuación que hace Carmen, rara es la vez que se vaya sin una lesión “de las que ya me cuesta más reponerme”, dice con tristeza.

Llega la pelea que todo el mundo espera, entre Carmen Rosa y La Paceña. Bailan antes de llegar al cuadrilátero, con toda su indumentaria perfecta, encajes, sombrero y faldas. Se plantan en el cuadrilátero y el árbitro da las indicaciones de rigor. No le hacen caso, Julia le mete un puñetazo y va por Carmen Rosa.

Se suceden las clásicas llaves y contrallaves, muy habituales en la lucha libre mexicana, si bien el mérito es mayor por el peso de sus “polleras”, ya que no son lo que se dice unas atletas que entrenan a diario en un gimnasio, son como cualquiera de las cholitas que están entre el público y en las calles de la ciudad. Me sorprende oír a una Carmen Rosa furibunda decirle groserías a su contrincante, con lo dulce que se veía pelando patatas.

Se bajan del ring y están muy cerca de la gente. Creo que muchos quisieran participar en la pelea. Esto es lo que más gusta al público. Aparece un cinturón de no sé dónde y Carmen le da con enorme violencia a Julia unos buenos “correazos”. Se da la vuelta y Julia le estampa una silla de plástico que un niño muy amablemente le cede, dejándola sin aire, casi fuera de combate. Hay sangre y todo el mundo parece feliz por ello. El público delira. Entiendo la preocupación por las lesiones de las que me habló Carmen Rosa. Terminan las peleas, pero la gente sigue allí, con el alcohol ya enturbiando las miradas y haciendo que cada gesto sea un poco más torpe. La Mamachase se hace fotos con quien las pide. Un hombre al que le faltan casi todos los dientes de arriba a sus treinta y pocos años le grita “¡Estás bien buena, mujer!, ¡Quiero que me pegues unos correazos!” Carmen Rosa me mira irónica, “Has visto el público que tengo ¿no?”

Bolivia es un país que parece anclado en un tiempo indefinido. En el aeropuerto de La Paz ya te das cuenta de eso. La pasarela de salida del avión es como transportarse a una película de serie B latinoamericana: luces tenues, mobiliario anticuado y una sensación de abandono y de que las cosas funcionan por inercia, por suerte. Los funcionarios de inmigración están en unas casetas de madera destartaladas de los años 60 y no hay nada informatizado; no es que me importe, pero ahora desconfío de las pilas de papeles amontonadas en las oficinas burocráticas. El aeropuerto del Alto, a cuatro mil metros de altura, es mínimo y las cintas de equipaje me recordaban a aeropuertos polvorientos y aire viejo. Antes de ir a Bolivia sabía que durante toda mi estancia no bajaría de los 3.600 metros de altura sobre el nivel del mar. Y mientras esperaba la maleta, inconscientemente esperaba sufrir un desmayo, presión en el cerebro o algo que me indicara que no era apto para esas alturas. Pero no, recogí mi equipaje y sigo vivo.

Vice
Luis Cobelo








miércoles, 21 de diciembre de 2011

Cholita Luchadora Juanita La Cariñosa

Excelente documental de Juanita La Cariñosa, una verdadera Cholita Luchadora aymará que lleva luchando más de 10 años en los cuadrilateros bolivianos.

La producción audiovisual fue elaborado por la televisión de Alemania en junio de 2011 gracias al primer y único weblog especializado en coberturas de Lucha Libre Boliviana.

Contactos: luchalibrebol@gmail.com, www.luchalibrebol.com

La Paz-Bolivia


sábado, 29 de mayo de 2010

CHOLITAS LUCHADORAS, LA ATRACCIÓN EN LA CIUDAD MAS ALTA DEL MUNDO

Por: José Luis Castillejos Ambrocio (*)
El Alto, Bolivia.- Todos los fines de semana, cuando el sol muerde el horizonte en Bolivia y se refracta en el nevado Illimani, las "cholitas catchascanistas" deleitan al público con encuentros de lucha libre en la arena más alta del mundo que tiene a los Andes como fondo panorámico.
El gélido aire que corre desde el Illimani, la montaña que adorna el horizonte de la ciudad de La Paz y es un espejo en El Alto no desanima a las mujeres quienes con polleras (faldones), mantillas y sombrero hongo visten su historia desde el ring de madera, instalado en este "Tíbet" sudamericano, a poco más de cuatro mil metros de altura sobre el nivel del mar.
Las mujeres de rasgos amerindios son altivas. Visten con elegancia costosos trajes bordados a mano que llevan con garbo y con los cuales suben al ring, desde donde sus floridas vestimentas vuelan de la tercera cuerda hacia el piso y sirven en ocasiones de "alfombras" del o la rival.
Aquí, la altivez de la cholita catchascanista "Carmen Rojas" muerde el polvo momentos después de pasearse muy oronda cerca a las tribunas. Martha, "La Alteña" la derrota con un sillazo en la cabeza.
“Carmen Rojas” no es otra que Giovanna Silvia Huapañaco, una profesora técnica vocacional de 30 años, quien pierde los papeles cuando Martha, "La Alteña" le pega con una silla metálica en la cabeza. Grita, insulta, pero no logra variar la sentencia de los jueces.
Momentos antes, en una esquina del cuadrilátero, Martha "La Alteña", pone la mano en el piso del tabladillo y se persigna antes de iniciar la lucha libre; luego se olvida de Dios y manda en varias oportunidades a la lona a "Carmen Rojas".
En el Coliseo Multifuncional "Heriberto Gutiérrez" se realiza el espectáculo de catch-as-can (agárrate como puedas), una lucha libre estilo andino donde la población de sangre mixta o mestiza, de rasgos amerindios, viene a deleitarse.
"Este es el único caso de mujeres luchadoras de polleras en el mundo", afirma Carmen Rojas poco antes de que llorara su derrota y terminara cojeando por la paliza que le dio "La Alteña", una ruda y rolliza mujer de tez blanca.
"En Bolivia hay mucho racismo, especialmente contra las señoras de pollera que son discriminadas. Nosotros somos cholas y en protesta por el maltrato vestimos la pollera y así salimos a luchar", comenta esta mujer que desea ir a agarrarse a costalazos a México.
Tiene cuatro años en la lucha. Se inició siendo fanática y luego se dio cuenta que era correspondida por la gente. "No sé cuantas derrotas o triunfos he tenido", afirma esta mujer bajita, de ojos achinados y trenzas que se define como "ruda".
Para ingresar al coliseo hay que hacer una larga fila y esperar por lo menos una hora. A un costado hay indígenas que venden maní (cacahuate), helados, máscaras de luchadores profesionales como el Santo o Blue Demon. El olor a fritanga, a comida se cuela en el ambiente mientras abajo se domina la ciudad de La Paz que está tendida sobre un radiante sol.
En un carro destartalado hay una gran bocina desde donde un desgarbado hombre anuncia las peleas del día. Pone de fondo musical la voz del charro cantor mexicano Vicente Fernández quien desentona en este lugar con su canción "Estos celos" ya que a 50 metros desde donde “canta”, vía CD, hay una banda con música andina.
A pesar del sol radiante hace frío a esta altura donde a menudo hiela por las noches y los vientos que atraviesan el altiplano agrietan las mejillas de los niños cholitos que lucen sus caritas rojas o moradas.
"Claudina, La maldita", se cuela entre el gentío. Ella pertenece al bando rudo y su nombre de pila es María Eugenia Mamani Herrera, y aunque nació en la ciudad de La Paz viene a El Alto a seguir una tradición familiar: la lucha libre.
Tiene 22 años, se dedica, junto con su hermana Martha, "La Alteña", a confeccionar ropa de luchadores y máscaras. Estudia la carrera de derecho y dice que la lucha libre le ha cambiado su ritmo de vida.
"El que ahora me reconozca la gente en la calle tiene un precio muy alto porque no puedo tener una familia, no puedo casarme, una vida propia. Los hombres me tienen miedo", dice mientras suelta una carcajada y muestra sus puños, esos con los que derrota a sus rivales.
Todas las semanas está en el gimnasio entrenando y ha tenido la experiencia de viajar por todos los rincones del país y haber recorrido Argentina, Chile, Colombia, Perú, y también sueña con ir a México a enfrentarse a luchadores mexicanos.
Esta tarde tuvo mala racha porque fue derrotada por el "Preso Número 9", un hombre rudo que la masacró a golpes, se montó sobre ella, la hizo volar por los aires, la arrastró y la doblegó con varias llaves, no sin antes recibir una serie de patadas voladoras.
Su padre es un luchador retirado y sus dos hermanos también siguieron esos pasos. "A mí me gustó la lucha libre desde niña y un día me animé y dije '¿qué acaso las mujeres no podemos?'”, se pregunta y se responde: “La lucha no nace de la noche a la mañana, es algo sacrificado".
Martha, "La Alteña", nombre de lucha de Jenny Mamani Herrera, es una mujer guapa, alta, simpática, de ojos azules, cabello pintado de castaño con rayitos claros y se define como una chola (gentilicio de la población de sangre mixta o mestiza) coqueta, rica y de buenas piernas.
"Me siento feliz de haber tomado la decisión de ser luchadora. Tengo el cariño de los niños, de las mujeres que usan polleras y de los mismos hombres que vienen a verme las piernas", añade.
Es costurera, al igual que su hermana "Claudina, La maldita" y desea tener su propia línea y marca para producir blusas para cholitas. "Soy soltera y si tengo dos niñas, no hay ningún hombre que se anime estar conmigo. En la lucha soy ruda, pero en la vida real soy cariñosa, tiernita", añade con cierta coquetería.
Yo uso la pollera porque soy de pollera. Soy una chola muy coqueta, a mi me encantan pintarme, tengo ojos azules, son naturales mis ojos, insiste poco antes de subirse al ring, pero de lejos se ve que son pupilentes.
Al caer la noche y tras triunfos de unas o derrotas de otras, las luchadoras se retiran a sus casas, calle abajo o arriba de los cerros, según el caso, mientras queda en el corazón de los alteños el griterío de la tribuna y el rostro de las cholitas que no saben doblegarse.
Extraído de Comunidad El País

jueves, 20 de mayo de 2010

Cholitas: Las Luchadoras Femeninas de Bolivia toman Creación de los estereotipos

jueves, 29 de abril de 2010

Cholitas Luchadoras en acción: “Ángela” Vs. “Juanita”

Pelea sangrienta
Cholitas Luchadoras en acción: "Ángela" Vs. "Juanita"
Espectacular demostración de las Cholitas Luchadoras en un combate donde resonaron los silletazos, "Juanita" hizo de las suyas golpeando sin niguna piedad a "Ángela".

El combate de las "Cholitas Luchadoras" estuvo teñido de sangre, pues las maderas destrozaron las cabezas de las cholas, las polleras volaron por los aires al punto que muchos aficionados lanzaron botellas, huesos de pollo, cáscaras de naranja al ring y especialmente a la ruda Juanita "La Cariñosa".

Las fotos fueron tomadas el domingo 25 de abril de 2010 en el Tinglado de Cosmos 79, en la Urbanización del mismo nombre de la ciudad de El Alto.

Contactos: luchalibrebol@gmail.com ó al móvil (591) 765 9 11 57

jueves, 25 de febrero de 2010

Cholitas voladoras

Zona crónica

Cholitas Voladoras

Por: Juan Pablo Meneses

Hay madres solteras a las que les toca trabajar duro. También hay algunas que están dispuestas a aguantarse heridas y golpes para ganarse la vida. Y sin embargo, en Bolivia, las cholitas que luchan a 4900 metros de altura dicen estar peleando en el cielo.

Jennifer es mala. Por eso todos aplauden cuando la empujan al suelo, y la ablandan a patadas, y le tuercen la garganta, y la arrastran tirando de las trenzas de su peinado de chola. Mientras la golpean, el público del Multifuncional de La Ceja en El Alto, en Bolivia, le tira botellas de plástico, huesos de pollo y tapas de gaseosas. Su cara es de sufrimiento. Está furiosa y adolorida. Es mala, pero orgullosa. Jennifer saca lo último que le queda de fuerza, empuja a su rival y le hace una zancadilla. Ahora, ella domina la situación. Salta sobre la cara de su contrincante y luego le dobla el brazo hasta hacerlo crujir. Entonces Jennifer se trepa a las cuerdas en una esquina, levanta sus brazos como si tratara de agarrar el abucheo del público en su contra, mira a su rival tumbada sobre la lona y se lanza a volar.

Vuela, y su vestido típico de chola aymara flamea sobre el aire.
Vuela, y sus ojos se clavan en esa víctima sobre la que dejará caer todo su peso.
Vuela, mientras estallan los flashes de los turistas gringos de la primera fila.
Vuela, saboreando la venganza de los malos.
Vuela, como un águila pesada que pierde altura.

Vuela, y medio segundo antes de aterrizar, su rival se mueve unos centímetros.

Jennifer aterriza con su cara en la lona. El golpe al tocar tierra es seco, suficiente para romper las costillas de cualquiera que no esté entrenado para la lucha libre. El público se ríe de su desgracia mientras ella, la mala de esta película en vivo, se retuerce como si la acabaran de atropellar. Minutos más tarde, después de recibir nuevas patadas y nuevos golpes de puño y nuevas llaves que le tuercen los brazos, la mujer recibirá la cuenta de uno y dos y tres y habrá perdido el combate. Bajará del ring entre gritos de ¡loca! ¡loca! ¡loca! Y los alaridos no se detendrán hasta que ingrese al camarín: ¡loca! ¡loca! ¡loca!

—En la calle también me gritan. Yo vivo aquí, en El Alto, y cuando voy por la calle me dicen ¡loca! —comenta. Su nombre de luchadora es Jennifer Dos Caras, aunque ahora habla como Ana María, su verdadera identidad.

Estamos en la zona de camarines del Multifuncional de El Alto, una ciudad boliviana vecina a La Paz, con un millón de habitantes a 4900 metros de altura. Según todos aquí, El Multifuncional es el gimnasio más alto del mundo. "Estamos cerca del cielo", dice el locutor que anuncia las luchas. El recinto, por donde pasean perros cojos y no tiene baños, alguna vez fue una iglesia. Durante los días de semana aquí se juega básquetbol y fútbol sala, a veces hay actos políticos y todos los domingos se desarrolla una nueva jornada de la lucha libre: un espectáculo que, gracias a las cholitas luchadoras, aparece en las guías de viaje y se llena de turistas extranjeros.

—¿Se golpean de verdad?

—Claro que sí. Todas aquí tenemos muchas lesiones, y por eso entrenamos tanto. Yo he tenido varias quemaduras por la lucha —dice Jennifer, y se levanta las mangas para mostrarme varias cicatrices en ambos antebrazos.
Jennifer Dos Caras es dura, incluso cuando habla como Ana María. Sin embargo, el argumento por el que dice que le gusta ser mala demuestra su bondad:

—El público se desahoga, se libera insultándome. Me gusta ser mala porque sirve para que los espectadores hagan una catarsis. Me gusta provocarlos, para que se liberen. Hace un tiempo fui buena, una temporada, pero me aburría.

Jennifer tiene dos hijos, uno de 14 y una de 7. A veces ellos la vienen a ver, pero a ella no le gusta. En su casa hay una colección de fotos de la madre volando con su vestido de cholita. Vive exclusivamente de la lucha, cobra unos 60 dólares por pelea, y ella mantiene la casa. Es soltera y no se ve con el padre de sus hijos:

—Soy sola y mala —y se ríe.


***
Nos hemos acostumbrado a que en Latinoamérica todo se lucha. Hemos aprendido que no hay verdadera causa, si no estamos dispuestos a luchar por ella. En épocas de crisis económicas, muchas manifestaciones políticas de la región terminan con el coro: "¡Morir luchando, de hambre ni cagando!".

En la zona de El Alto, donde las cholitas vuelan antes de caer a la lona, la mayoría de los muros están pintados con frases que juntan las palabras "Evo" y "Lucha". En ellos se anuncia que el presidente de Bolivia está luchando contra la pobreza, luchando contra el abuso extranjero, luchando contra el analfabetismo. "No dejaremos de luchar", dice Evo Morales el día que asume en su segundo periodo consecutivo como jefe de Estado. La lucha en boca de todos. La lucha como parte del día a día, en una Latinoamérica con 1200 muertos diarios por violencia urbana. La lucha como parte del discurso. La lucha como algo serio, nunca para la risa. El opuesto a la lucha de hoy en el Multifuncional de El Alto, donde los luchadores siempre provocan que el público estalle en carcajadas.

Comparados con la realidad, los luchadores de ring se ven como una caricatura a pilas. Como un juguete. Basta recordar El club de la pelea, la novela de lucha de Chuck Palahniuk, llevada al cine por David Fincher y protagonizada por Brad Pitt. En un momento, uno de los peleadores va al hospital por fuertes dolores. Le dice al médico que lo atienda rápido, que está sufriendo. El médico le responde: "¿Quieres ver sufrimiento de verdad? Visita el pabellón de cáncer testicular. Eso es dolor".

Nadie toma en serio los verdaderos dolores de los luchadores de ring. Tampoco el de las famosas cholitas de la lucha bolivianas.

Elizabeth es una cholita buena. Dentro del mundo de la lucha libre boliviana están los tácticos y los rudos. Las luchadoras cuyo perfil es el de ser malas son las rudas. Elizabeth, en cambio, es una cholita táctica.

Elizabeth sube al escenario luciendo un largo faldón de colores y un gorro gris de chola. El público la aplaude y ella saluda con los modos de una luchadora buena. El locutor de la velada le pasa el micrófono, y ella saluda a una niña del público que está de cumpleaños. La festejada, que no tiene más de 10 años y está en compañía de sus hermanos, padres y abuela, se llama Alicia. A la lucha libre boliviana llegan muchas familias completas, como la de Alicia.

—Mi niña, además de saludarte por tu cumpleaños, quiero decirte que estudies. Que nunca dejes de estudiar, para que te vaya bien en la vida. Además, no pelees con tus padres, que te quieren mucho. Que Dios te bendiga —le dice Elizabeth, desde el ring, y todo el público aplaude a esta cholita buena.

Para llegar a luchar el domingo, las cholitas luchadoras han pasado por toda una semana de preparación. Los lunes hay descanso. Los martes es la preparación física, con pesas, trote y abdominales. Los miércoles es descanso. Los jueves es de prácticas sobre el cuadrilátero. Los viernes es descanso. Los sábados es el ensayo general para el gran día, el domingo, hoy.

Elizabeth es gruesa y ágil, como todas. Salta frente a su rival hasta tumbarlo en la lona. Luego corre hasta las cuerdas, se abalanza sobre ellas como si fueran un elástico, y sale disparada con todo su vestido flameando hasta chocar con su contrincante.

—Me gusta que vengan tantos extranjeros. Eso demuestra que lo que ofrecemos es de gran calidad. Llevo cinco años en esto, y la verdad es que estoy muy contenta —dice Elizabeth fuera del ring, después de un triunfo fácil. Mientras habla, los niños de El Alto se acercan para abrazarla, para tocarla, para tomarse fotos.

Si bien cada domingo de pelea hay unos diez combates, la mayoría con hombres sobre el ring, son las cholitas las que han cambiado la cara de la lucha libre boliviana. En algunos puestos de videos de la feria de El Alto, un paraíso de mercancía robada y pirata, venden el legendario programa de El show de Cristina de junio de 2008: cuando varias de ellas estuvieron en el set con Cristina Saralegui. Para muchos, eso fue el comienzo del cambio. El inicio de la llegada de fotógrafos y documentalistas europeos, japoneses y de Estados Unidos. Y de ahí, el desarrollo de la industria turística en La Paz, que llena buses con turistas y los sienta al lado del cuadrilátero.

En primera fila, para ver en detalles y cerca del cielo a estas cholitas que vuelan mientras luchan por una mejor vida.



***
Carmen Rosa es buena y está tumbada en el piso, abajo del ring, cuando le parten un cajón de madera en la cabeza. El público chilla, insulta, pero el árbitro de la pelea no hace nada para detener el ataque a mansalva. La cholita Carmen Rosa, una de las más legendarias competidoras del cachacascanismo boliviano, ahora está combatiendo con 'la Fiera': un gordo de más de cien kilos y traje blanco ajustado. Desde hace un tiempo, tan llamativos como las peleas entre cholitas, son los combates entre un hombre y una mujer. El gordo apodado 'la Fiera', que promete no tener compasión, consigue otro cajón con qué pegarle a la cabeza de su víctima. Algunos turistas se espantan. Toman fotos con asombro mientras, a pocos metros, 'la Fiera' del traje ajustado le da golpes con objetos contundentes a una cholita querida por el público.

—¡Maricón! ¡Maricón! ¡Métete con un hombre! —le gritan desde todos los costados del estadio. Los niños, los padres, los abuelos, los turistas.

Gina Grey, 24 años, nació en Sacramento, estudió antropología en la UCLA y lleva un mes viajando por Bolivia. Llegó a mirar la lucha libre como parte de los recorridos imperdibles que venden las agencias de turismo de La Paz. Pagó 40 dólares por un paquete que incluye el traslado, el ingreso al Multifuncional, un vaso de bebida, una bolsa con palomitas de maíz, dos tickets para ir a un baño que está afuera del recinto y una artesanía en miniatura de una cholita. Junto a ella hay una veintena de jóvenes gringos, todos en primera fila, que llevan gorros bolivianos y mochilas artesanales. Gina me había dicho, con un español con acento de inglés californiano, que le parecía gracioso ver el espectáculo. Antes de los combates se le veía risueña. Les tomaba fotos a los niños bolivianos y a las abuelas con vestidos de chola sentadas entre el público. Sin embargo, de pronto, todo parece haber cambiado. Mientras el gordo de blanco golpea la cabeza de Carmen Rosa, Gina se enfurece y se suma a los gritos:

—¡Maricón! ¡Maricón!

El árbitro detiene la golpiza y obliga a los dos luchadores a subir al ring. Una vez arriba, Carmen Rosa renueva las fuerzas, tumba a 'la Fiera' y comienza a estrangularle el tobillo derecho. Todo se da vuelta en unos pocos minutos. El público la vitorea, mientras ella escala las cuerdas antes de saltar. Desde lo alto levanta los brazos y todos, incluyendo a Gina y sus amigos, la alientan con aplausos y vivas. Carmen Rosa, transformada en una vengadora de la violencia de los hombres contra las mujeres, se impulsa con toda su fuerza y vuela.

Vuela, y su vestido típico de chola aymara flamea sobre el aire.
Vuela, todavía con las marcas del cajón roto en su cabeza.
Vuela, mientras el público la ovaciona enardecidamente, como a la heroína necesaria.
Vuela, saboreando la venganza de los buenos.
Vuela, y 'la Fiera' no se alcanza a mover cuando ella aterriza.

Carmen Rosa deja caer toda su pesada carrocería sobre el pecho del gordo luchador. La victoria es seguida entre ¡vivas! que parecen derribar este pequeño estadio que alguna vez fue iglesia y que está tan cerca del cielo, a 4.900 metros de altura. Los turistas de la primera fila toman fotos, mientras las familias de las tribunas populares no se cansan de aplaudir.

El espectáculo de las cholitas luchadoras parece gozar de buena salud. Todos saben que, gracias a ellas, la lucha libre boliviana ha podido destacar frente a industrias poderosas latinoamericanas como la lucha libre mexicana o la lucha libre argentina. Tal es el éxito, que más de uno se declara el inventor del fenómeno.

Juan Mamani, conocido como 'el Gitano' y responsable del espectáculo, se anuncia como el inventor de tan lucrativa variante de la lucha libre: las cholitas luchadoras. Sin embargo, al poco tiempo de la aparición de estas luchadoras de vestidos largos, muchas de ellas se fueron a trabajar con la compañía dirigida por Benjamín Simonini, conocido por su nombre de luchador rudo 'Kid Simonini'.

Más allá de las disputas entre dueños de compañías, hay un luchador que tiene pruebas de que todo fue invento de él. Su nombre es Édgar Zabala, aunque en el mundo de la lucha libre boliviana se le conoce como 'Comandante Zabala'. Édgar tiene 45 años, un peinado con gel y la nariz rota en varias partes. Lleva más de 25 años en el ambiente y llegó al ring de la lucha libre tras un paso por el boxeo. Competía en categoría mosca, soñó boxear una final del mundo, y ahí comenzaron a romperle el tabique.

—La primera vez que hubo una cholita luchadora, fui yo —dice, serio, vestido con el traje militar con que en un rato saldrá a competir como 'el Comandante Zabala'.

Cuenta que fue hace unos diez años, y que se le ocurrió salir al ring vestido de chola como una humorada. Como parte del lado divertido que siempre debe tener la lucha libre. Lo que él no sabía, ni menos el jefe de la compañía, era el éxito que iba a tener ver a cholitas sobre el escenario. Rápidamente, 'el Gitano' comenzó a reclutar mujeres que estuvieran dispuestas a volar sobre el ring y aterrizar con sus costillas. A la primera convocatoria llegaron más de 50. Hoy en día, hay varias en lista de espera, para ser las futuras Carmen Rosa: la mujer que se sobrepuso a los golpes de cajón en la cabeza, y fue capaz de tumbar a su pesado rival en medio de los vítores de un estadio lleno.


***
Cuando uno llega a La Paz, es habitual cruzarse en la calle con cholitas, como se les dice "cariñosamente" a las mujeres indígenas que visten su atuendo tradicional. Las cholas, como muchos descendientes de los aymaras, son el símbolo de la discriminación de la cual han sido objeto los indígenas y campesinos en Bolivia. Sin embargo, dicha vestimenta también es señal de un prestigio propio de quienes mantienen los valores de una cultura antigua. Cuando uno sube a El Alto, la presencia de las cholitas se hace mucho más evidente.

Desde El Alto, donde está el Multifuncional de la lucha libre, se logra una vista panorámica y casi completa de la ciudad de La Paz. Ahí abajo está la capital, los grandes edificios, el palacio de gobierno y los hoteles donde se hospedan los turistas. Aquí, en cambio, las calles son de tierra, la gente sobrevive con el comercio ambulante y al menor descuido puedes ser víctima de un robo. El Alto es considerado una zona roja, en la que hay que andar atento. Sin embargo, la fama de los alteños tiene que ver más con la lucha que con los robos de poca monta.

Fueron los alteños quienes comenzaron la revuelta popular que terminó con la renuncia del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, paso previo al presidente Carlos Mesa, antecesor de la llegada de Evo Morales al poder.

—El Alto es un bastión de Evo. Acá es zona roja, pero Evo puede caminar por aquí sin custodia y nadie le haría nada —me dice Alberto Medrano, un periodista de El Alto, gran promotor de la lucha libre boliviana.

La jornada de combate termina pasadas las nueve de la noche. El frío de los casi 5000 metros de altura se ha dejado caer. Los turistas se han subido a los buses para bajar hasta La Paz, mientras las familias de El Alto se van caminando hasta sus casas. Carmen Rosa, una de las luchadoras más legendarias, me dice que mañana es el día de descanso y estará con sus hijos. Me cuenta que es una mujer de trabajo, que los titanes del ring le han servido para tener una mejor vida, pero que tampoco es que gane mucho dinero. Dice que, de todas maneras, tiene otras ocupaciones porque tiene familia y la vida es lucha. Cuenta que los golpes más fuertes del domingo le duran hasta el martes. Y dice que esta noche, antes de dormirse, repasará en la cabeza sus mejores piruetas.

Seguramente Carmen Rosa, la mujer que bajó del ring sudada y golpeada, se dormirá tarde y cansada. Y, posiblemente, vuelva a revivir el momento en que sube a las cuerdas. Abajo del ring el público está enloquecido y la aplaude con rabia. Gina, la antropóloga, le grita ¡Maricón! a 'la Fiera' y vitorea a la cholita. En ese momento ella abre los brazos, mira a su rival, se da un impulso y vuela.

Vuela, con su vestido de cholita al viento.
Vuela, sabiendo que en su vida siempre se ha sentido una luchadora.
Vuela, sin ganas de aterrizar.

Extraido de la Revista SOHO de Colombia

martes, 22 de diciembre de 2009

“Cholitas Wrestling”: Martha “La Alteña” demostrando su “agilidad técnica”

Mamachas del Ring volando como “Superman”

“Cholitas Wrestling”: Martha “La Alteña” demostrando su “agilidad técnica”

Las "cholas" dando cátedra a los hombres.

Martha “La Alteña” volando desde la tercera cuerda y cayendo sobre el rudísimo “Picudo”, en la arena más alta del mundo las “Cholitas Luchadoras” demuestran su fuerza, destreza y agilidad.

Martha “La Alteña” es una “Cholita Wrestling” así como Yolanda “La Amorosa”, “Carmen Rojas”, Jennifer “Dos Caras”.

Contactos: luchalibrebol@gmail.com

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Cholitas Wrestling Bolivia: Juanita la “Cariñosa” volando por los aires

Cholitas Voladoras


Juanita la “Cariñosa” volando por los aires


La imagen esta espectacular:

Made in Bolivia Juanita la “Cariñosa” En la fotos Juanita saltando desde la tercera cuerda del unico ring en Bolivia de 6 postes y cayendo sobre los rudos Kid Simonini y Elizabeth, el evento se llevo adelante el domingo 29 de noviembre en Complemento Yunguyo II en la ciudad de El Alto Bolivia.


Fotos: Alberto Medrano

Contactos: medranoprensa@gmail.com y luchalibrebol@gmail.com

lunes, 31 de agosto de 2009

“CHOLITAS FLYING”(ingles) ó “CHOLITAS VOLADORAS” (español)

La tendencia que cambiara la Lucha Libre en Bolivia

“CHOLITAS FLYING”(ingles) ó “CHOLITAS VOLADORAS” (español)Sin lugar a dudas el próximo denominativo y que cambiara la tendencia de las mujeres luchadoras será las “CHOLITAS FLYING” y traducido al español “CHOLITAS VOLADORAS” estamos seguros de ello!



Las imágenes y el video son realmente impresionantes la cholita “Juanita” realiza un tremendo salto acrobático desde la tercera cuerda del cuadrilátero rompiendo un tablón de madera al rededor de una mesa, esto sucedió en La Paz Bolivia.

Si vives en el extranjero y quieres ver en vivo a las “CHOLITAS VOLADORAS”, escríbenos a nuestro correo: luchalibrebol@gmail.com

Nota:

Gracias al Sr. Benjamín Simonini por enviarnos las imágenes...

Archivo: