sábado, 29 de mayo de 2010

CHOLITAS LUCHADORAS, LA ATRACCIÓN EN LA CIUDAD MAS ALTA DEL MUNDO

Por: José Luis Castillejos Ambrocio (*)
El Alto, Bolivia.- Todos los fines de semana, cuando el sol muerde el horizonte en Bolivia y se refracta en el nevado Illimani, las "cholitas catchascanistas" deleitan al público con encuentros de lucha libre en la arena más alta del mundo que tiene a los Andes como fondo panorámico.
El gélido aire que corre desde el Illimani, la montaña que adorna el horizonte de la ciudad de La Paz y es un espejo en El Alto no desanima a las mujeres quienes con polleras (faldones), mantillas y sombrero hongo visten su historia desde el ring de madera, instalado en este "Tíbet" sudamericano, a poco más de cuatro mil metros de altura sobre el nivel del mar.
Las mujeres de rasgos amerindios son altivas. Visten con elegancia costosos trajes bordados a mano que llevan con garbo y con los cuales suben al ring, desde donde sus floridas vestimentas vuelan de la tercera cuerda hacia el piso y sirven en ocasiones de "alfombras" del o la rival.
Aquí, la altivez de la cholita catchascanista "Carmen Rojas" muerde el polvo momentos después de pasearse muy oronda cerca a las tribunas. Martha, "La Alteña" la derrota con un sillazo en la cabeza.
“Carmen Rojas” no es otra que Giovanna Silvia Huapañaco, una profesora técnica vocacional de 30 años, quien pierde los papeles cuando Martha, "La Alteña" le pega con una silla metálica en la cabeza. Grita, insulta, pero no logra variar la sentencia de los jueces.
Momentos antes, en una esquina del cuadrilátero, Martha "La Alteña", pone la mano en el piso del tabladillo y se persigna antes de iniciar la lucha libre; luego se olvida de Dios y manda en varias oportunidades a la lona a "Carmen Rojas".
En el Coliseo Multifuncional "Heriberto Gutiérrez" se realiza el espectáculo de catch-as-can (agárrate como puedas), una lucha libre estilo andino donde la población de sangre mixta o mestiza, de rasgos amerindios, viene a deleitarse.
"Este es el único caso de mujeres luchadoras de polleras en el mundo", afirma Carmen Rojas poco antes de que llorara su derrota y terminara cojeando por la paliza que le dio "La Alteña", una ruda y rolliza mujer de tez blanca.
"En Bolivia hay mucho racismo, especialmente contra las señoras de pollera que son discriminadas. Nosotros somos cholas y en protesta por el maltrato vestimos la pollera y así salimos a luchar", comenta esta mujer que desea ir a agarrarse a costalazos a México.
Tiene cuatro años en la lucha. Se inició siendo fanática y luego se dio cuenta que era correspondida por la gente. "No sé cuantas derrotas o triunfos he tenido", afirma esta mujer bajita, de ojos achinados y trenzas que se define como "ruda".
Para ingresar al coliseo hay que hacer una larga fila y esperar por lo menos una hora. A un costado hay indígenas que venden maní (cacahuate), helados, máscaras de luchadores profesionales como el Santo o Blue Demon. El olor a fritanga, a comida se cuela en el ambiente mientras abajo se domina la ciudad de La Paz que está tendida sobre un radiante sol.
En un carro destartalado hay una gran bocina desde donde un desgarbado hombre anuncia las peleas del día. Pone de fondo musical la voz del charro cantor mexicano Vicente Fernández quien desentona en este lugar con su canción "Estos celos" ya que a 50 metros desde donde “canta”, vía CD, hay una banda con música andina.
A pesar del sol radiante hace frío a esta altura donde a menudo hiela por las noches y los vientos que atraviesan el altiplano agrietan las mejillas de los niños cholitos que lucen sus caritas rojas o moradas.
"Claudina, La maldita", se cuela entre el gentío. Ella pertenece al bando rudo y su nombre de pila es María Eugenia Mamani Herrera, y aunque nació en la ciudad de La Paz viene a El Alto a seguir una tradición familiar: la lucha libre.
Tiene 22 años, se dedica, junto con su hermana Martha, "La Alteña", a confeccionar ropa de luchadores y máscaras. Estudia la carrera de derecho y dice que la lucha libre le ha cambiado su ritmo de vida.
"El que ahora me reconozca la gente en la calle tiene un precio muy alto porque no puedo tener una familia, no puedo casarme, una vida propia. Los hombres me tienen miedo", dice mientras suelta una carcajada y muestra sus puños, esos con los que derrota a sus rivales.
Todas las semanas está en el gimnasio entrenando y ha tenido la experiencia de viajar por todos los rincones del país y haber recorrido Argentina, Chile, Colombia, Perú, y también sueña con ir a México a enfrentarse a luchadores mexicanos.
Esta tarde tuvo mala racha porque fue derrotada por el "Preso Número 9", un hombre rudo que la masacró a golpes, se montó sobre ella, la hizo volar por los aires, la arrastró y la doblegó con varias llaves, no sin antes recibir una serie de patadas voladoras.
Su padre es un luchador retirado y sus dos hermanos también siguieron esos pasos. "A mí me gustó la lucha libre desde niña y un día me animé y dije '¿qué acaso las mujeres no podemos?'”, se pregunta y se responde: “La lucha no nace de la noche a la mañana, es algo sacrificado".
Martha, "La Alteña", nombre de lucha de Jenny Mamani Herrera, es una mujer guapa, alta, simpática, de ojos azules, cabello pintado de castaño con rayitos claros y se define como una chola (gentilicio de la población de sangre mixta o mestiza) coqueta, rica y de buenas piernas.
"Me siento feliz de haber tomado la decisión de ser luchadora. Tengo el cariño de los niños, de las mujeres que usan polleras y de los mismos hombres que vienen a verme las piernas", añade.
Es costurera, al igual que su hermana "Claudina, La maldita" y desea tener su propia línea y marca para producir blusas para cholitas. "Soy soltera y si tengo dos niñas, no hay ningún hombre que se anime estar conmigo. En la lucha soy ruda, pero en la vida real soy cariñosa, tiernita", añade con cierta coquetería.
Yo uso la pollera porque soy de pollera. Soy una chola muy coqueta, a mi me encantan pintarme, tengo ojos azules, son naturales mis ojos, insiste poco antes de subirse al ring, pero de lejos se ve que son pupilentes.
Al caer la noche y tras triunfos de unas o derrotas de otras, las luchadoras se retiran a sus casas, calle abajo o arriba de los cerros, según el caso, mientras queda en el corazón de los alteños el griterío de la tribuna y el rostro de las cholitas que no saben doblegarse.
Extraído de Comunidad El País

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