lunes, 6 de enero de 2014

Carmen Rosa: Una de las primeras cholitas luchadoras

Fue hace unos años. Me fui a vivir a La Paz porque estaba en guerra. Una guerra conmigo mismo, silenciosa, atrincherada bajo mi carne, sin ver la luz, enferma, con las moscas y las pestes y todas las enfermedades del mundo rondando en ese hueco-agujero-pozo negro, eso que era yo. Fue hace 5 ó 6 años. No recuerdo, tampoco es que el tiempo aquí sea lo importante. Pero sí el espacio. La Paz, Bolivia. 3600 metros sobre el nivel del mar. Y ahí estaba: viviendo en un territorio nuevo y caótico, con el Illimani de fondo, un lugar donde costaba respirar pero donde empezaba a darme cuenta que tenía más aire. Resignificando mi existencia, reseteando mi espíritu a base de borracheras fatales con singani o ajenjo, o con el descubrimiento de autores como Saenz o Vizcarra, o simplemente tendiendo mis raíces en un cielo con formas de cerros nevados, conociendo personajes que podrían ser pura ficción, pero que eran más reales que mi propia realidad: una estudiante de psiquiatría y amiga; un yatiri, un brujo aymara que no veía absolutamente nada y que lo veía todo; una hacker brasilera, una misteriosa femme fatale a la cual veía cada vez que viajaba a Santa Cruz de la Sierra, pero que no sabía dónde vivía ni cuál era su verdadero nombre; y a la cholita-luchadora-política-estrella de tv-cocinera, Carmen Rosa.

Y ella, ella es esta nota entera.

ENTRADA TRIUNFAL

Pensemos en imágenes. Hagamos como si esto fuera un documental. Imaginen paredes sin revocar, varias filas de sillas, puertas de chapa. En el medio un ring, un cuadrilátero improvisado y al aire libre. Niños pidiendo a gritos “Que entre, que entre”, pero Carmen Rosa, “La Campeona”, no entra y se hace esperar. Mucho frío en La Paz. Mucho calor en las tribunas. Y entonces sí, se abre la puerta y hace su aparición Carmen Rosa. Blandiendo una bandera del estado plurinacional de Bolivia, y a la vez enseñando su cinturón rojo y dorado de campeona. En el cuadrilátero espera otra cholita: Yolanda “La Amorosa”, que de amorosa, la verdad, para ser sincero, poco y nada. Carmen Rosa sube al ring. Deja el cinturón y la bandera y se quita la manta de seda y su sombrero. Remerita color turquesa, pollera y zapatos rosados. Luchadoras se ven las caras. Referí da la orden y se agarran de las trenzas y ya no se sueltan. El match tiene varias idas y vueltas: Carmen Rosa fuera del ring sostiene contra las cuerdas a Yolanda. Yolanda derriba a Carmen Rosa y salta encima de ella para caerle con el codo en el estómago. Carmen Rosa se arroja encima de Yolanda pero esta se agacha y la otra besa las tablas. Entrenador de Yolanda con pinta de mala leche sostiene por la cabeza a Carmen Rosa mientras Yolanda muestra al público un cajón de verduras vacío. Brava, la Yolanda. La gente abuchea, pero es igual que abuchee: sin más, lo rompe en la cabeza de Carmen Rosa y ésta besa una vez más las tablas. Pero la campeona es de raza fuerte y se levanta. La mitad de la cara bañada en sangre. Le asesta un golpe a Yolanda, dos, la deja en el suelo. Carmen Rosa se sube a una de las esquinas. Llena de sangre y despeinada y con los brazos en alto. Se arroja. El referí cuenta. Un, dos, tres, cuatro. diez. Es el fin: la Campeona gana la pelea, levanta los brazos con la cara todavía llena de sangre. La gente aplaude.

DIA A DIA

Polonia Ana Choque Silvestre se levanta a las seis de la mañana. Pone agua en una cacerola y prende el fuego y sale a hacer las compras al mercado que está cerca de la iglesia San Francisco de La Paz. Compra carne, papas, fideos, todo lo que se necesita para el almuerzo que servirá al mediodía en su fonda. Hija y esposo ayudan. A las doce tienen que tener listo el almuerzo. Pelan papas, cortan pollo, hierven arroz y fideos. Van llegando los comensales: obreros, puesteros, jornaleros, gente de bajos recursos que llega y se sienta en las mesitas a comer su almuerzo en un respetuoso silencio. Polonia no para: saca platos nuevos, limpia los sucios, los vuelve a llenar de comida. A la una y media sale casi corriendo de la fonda porque tiene un programa en la TV local. El programa va de 14 a 16. Como la mayoría de sus telespectadoras, ella también es de pollera, como se le dice usualmente a las cholitas en Bolivia. Se apagan las cámaras y sale del programa corriendo. Llega a su casa y recoge los platos que quedaron del almuerzo y se pone a lavarlos. Hija y esposo siguen ayudando. Le queda una hora para tomar su té de coca acompañado de pan y mermelada. Y después, todo otra vez, el ciclo, volver a empezar: Polonia sale a la calle, camina, compra papás, arroz, fideos. No se puede dar el lujo de parar. El día de mañana será igual que el anterior. Así es la vida de Polonia Ana Choque Silvestre. O de Carmen rosa, pero afuera del ring.

LUCHAR PARA SER LIBRE

Luchar. La vida de Carmen Rosa acaso pueda definirse con esa palabra. Arriba del ring, abajo, todo el tiempo luchando. De sangre aymara, se define dura, o mejor dicho, de ñeque, que en aymara significa sólida como la tierra altiplánica donde crecen las raíces de su pasado, unas raíces que no mueren nunca y la mantienen firme arriba del ring. Dice que siempre amó la lucha libre, ese deporte tan popular en Bolivia, introducido por la gran similitud cultural con el territorio azteca. Y es esa forma de pelear, pero a la vez de amar su condición de “India”, de chola, la que la mantiene todavía arriba del ring. Acaso ese luchar no es otra cosa que pelearle a la invisibilidad de las costumbres establecidas, a eso que dice que la mujer aymara es maltratada por el hombre y sólo sirve para procrear y mantener la casa en orden. No. Una llave inglesa a todo lo establecido por el machismo. “Mi mensaje siempre es el mismo: la mujer no debería quedarse atrás, bien sumisa. Quiero demostrar que las mujeres, si tenemos algún objetivo, lo conseguimos, porque las aymaras somos mujeres muy fuertes de cuerpo y corazón”.

LA FAMILIA

“Yo era fanática de la lucha libre. Me gustaba ir a ver los shows que se daban aquí en La Paz. Pero los que peleaban siempre eran hombres, pues. Y un día me enteré que en la ciudad de El Alto se iban a abrir las puertas de un gimnasio para que puedan ir a entrenar tanto hombres como mujeres. A ese llamado asistimos como 50 personas. Eramos 20 mujeres. El entrenamiento era muy fuerte, a la par de los varones, teníamos una dieta muy estricta, y por todo eso muchos fueron quedando en el camino. Sólo los que amábamos la lucha libre seguimos adelante”, nos cuenta Carmen Rosa, aunque sus comienzos fueron todavía más difíciles. Un día su marido llegó borracho a la casa de la calle Murillo, cruzó el patiecito y fue directo a donde estaba Polonia, que recién comenzaba a ganar sus contiendas como Juana “La India”. Se plantó delante de ella, y apenas pudo hilar una frase, pero se lo dijo: “Tienes que decidir. la lucha libre o tu familia”. Y ese fue el peor golpe que iba a recibir Carmen Rosa en toda su carrera. Con todo el dolor del mundo pensó que no podía dejar la lucha libre pero tampoco podía dejar a su familia. Entonces se dio cuenta. El problema mismo era la solución. No dejar ni una cosa ni la otra. Unir a la familia con la lucha libre, ésa era la clave: “Mi marido se llama Oscar Cahuasa, y hoy me apoya mucho en la lucha, porque él trabaja de referí. Tengo una hija de 23 años que se llama Lucía Corina y hoy por hoy está peleando con el nombre de ‘La Hija de Rosa’. Mi hijo tienen 18 años y se llama Pablo Bismark pero lucha con el nombre de ‘Bismark Junior’”.

CUESTION DE PESOS

Carmen Rosa es una de las primeras cholitas luchadoras que surgieron allá por el año 2000. Las Mamachas del Ring es el grupo de luchadoras que hoy lidera esta mujer corpulenta y de sonrisa enchapada en oro. Se presentan todos los domingos en el centro Cultural “El Ojo de Agua”, de La Paz, aunque también pelean en barrios, escuelas y hasta hacen exhibiciones a beneficio de los más necesitados. “Se ha monopolizado la lucha libre de cholas. Las que pelean en El Alto no son cholas sino que se visten de pollera para subir al ring. Además, los extranjeros tienen que pagar entradas costosísimas y si quieren sacar fotos, tienen que pagar más. Ni qué hablar si alguien quiere filmar un documental o sacar fotos para algún medio. Una entrevista sale 300 dólares, un documental de 800 a 1000 dólares. Nadie puede hacer festivales en el Multifuncional de El Alto. Sólo su dueño, el señor Walter Mamani”, cuenta con rabia Carmen Rosa, que se alejó de este tipo de espectáculo porque luchar, rebelarse contra la injusticia y la explotación, es su leitmotiv, su modo de peleársela a la vida dentro y fuera del ring. “Por pelea hoy ganamos 250 bolivianos. Cuando yo salí campeona estaba luchando en el Multifuncional de El Alto y nos explotaban: los turistas iban y nos veían y pagaban, pero el dueño se llevaba todo el dinero. Cuando salí campeona, había unas 20 mil personas mirando y, ¿sabe cuánto gané? 120 bolivianos, que vendrían a ser algo así como unos 15 dólares”.

SEGUIRLA ABAJO DEL RING

“Como luchadora creo que ya voy terminando, estoy tratando de dejar lugar a los más jóvenes, creo que tenemos que hacer lugar a las nuevas generaciones. Y yo ya estoy vieja y algo cansada de pelear”, se sincera la campeona, con la voz entrecortada como si los años y el día a día le estrangularan el cuello contra las cuerdas. Pero para Carmen Rosa la lucha es su modo de vida. Y entonces no puede dejar de pelear. Dejará el cuadrilátero pero seguirá peleando desde abajo. “Estoy como vicepresidenta de un partido político que se llama Movimiento por la Soberanía. Me he metido en la política porque quiero que la mujer aymara, la mujer de pollera, siga saliendo adelante, que se culturicen más para poder ocupar cargos. No quiero defraudar como Evo Morales a la gente, a los que hemos confiado en él”.

Y Carmen Rosa se tiene que ir. Es tarde y todavía debe hacer las compras para el almuerzo de mañana. Después tendrá que ir a entrenar al gimnasio. Aunque anuncie su retiro todavía no se baja del ring. O no la bajan. Porque todavía no hay quien haya podido hacerlo. Una cholita malvada y sanguinaria, un cajón rompiéndose en su cabeza, un mánager explotador, un marido que le pide decisiones imposibles, la sociedad que ve a la mujer aymara como débil y sometida: El rival puede tener infinitas formas. Pero no hay quien pueda con ella. Por el momento, Carmen Rosa sigue peleando, porque como ella dice, es de ñeque, y ñeque en aymara quiere decir duro y fuerte como la tierra andina, esa tierra inquebrantable, inmortal.

El Día



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