jueves, 5 de julio de 2018

El Magnífico devela su vida

La mayor apuesta que puede hacer un contrincante de lucha libre es poner en la línea de fuego su máscara o su cabellera. Estos enfrentamientos generan mayor expectativa en el público y son las peleas centrales en el cuadrilátero dominguero en el Multifuncional de la Ceja de El Alto. Mario Parisaca, conocido también como El Magnífico, lucha desde hace más de dos décadas y ha hecho que un par de contrincantes pierdan su preciado cabello.

De lunes a sábado, su oficio es diseñar y confeccionar todo tipo de atuendos en su taller Sastrería Parisaca Fashion, en el barrio de Los Pinos. Comenzó con este oficio cuando aún estudiaba para salir bachiller. Todos los días caminaba desde la zona de La Portada (norte de la ciudad) hasta Sopocachi para aprender a remendar, zurcir y modificar prendas. Su sueldo era de 5 bolivianos a la semana, monto que luego fue creciendo paralelamente con su experiencia con la aguja y las tijeras.

Cuando se sintió listo, abrió su primer taller. Y tras este logro decidió cumplir aquel sueño que tenía desde niño: coser su propio traje de lucha libre. Y es que Mario creció admirando a figuras como Tataque y Sombra Vengadora, en su pueblo natal, Puerto Acosta. Cuando se trasladó a La Paz, al fin pudo verlos luchar en el cuadrilátero del Olimpic Ring en San Pedro y en el exzoológico.

La llamada a este deporte le llegó a sus 24 años. Le dijeron que ya había pasado su tiempo, que era muy viejo, pero inspirado por las trayectorias de los grandes de esta afición, no se dio por vencido. Durante dos años solo entrenó, luego dio exhibiciones gratuitas y cuando su nivel mejoró, comenzó a cobrar por cada enfrentamiento. Su primer traje era rojo con negro y lo diseñó y confeccionó él mismo, a excepción de las botas. Se inspiró para el atuendo en luchadores mexicanos clásicos como El Santo o Blue Demon.

Majoto Morimitsu, El príncipe de Tokio, fue uno de sus instructores. Junto a él entrenó, tres veces a la semana, un grupo de jóvenes apasionados por la lucha que hizo giras por todo el país. “En una oportunidad en la que visitamos Huanuni (Oruro) me enfrenté a tres oponentes diferentes, porque éramos pocos y teníamos que completar cinco peleas. Volví feliz, pero muy lastimado a La Paz”, narra entre risas.

Durante ocho años, desde 2000 hasta 2008, Mario peleó cada fin de semana en espectáculos que tenían muy buen nivel, junto a las recientemente aparecidas cholitas cachascanistas. Los shows más gustados enfrentaban siempre a un rudo y a un técnico, oponiendo técnica y acrobacia contra fuerza, astucia y trampa.

“Los luchadores pueden ser rudos o técnicos. Un buen rudo tiene que hacerse odiar: mientras más lo silbe el público, mejor. Como no son tan ágiles como los técnicos, utilizan palos, sillas, focos alógenos o cualquier otra cosa para golpear. También dan golpes bajos. Mientras que los técnicos tienen que jugar limpio, hacen piruetas y saltos. Así, cuando se enfrentan, hacen un buen espectáculo”.

El objetivo de la lucha es entretener al público. Por eso los desafíos le dan más emoción. Cuando dos contrincantes se transforman en rivales, apuestan su identidad como luchadores, que está representada en la máscara o en la cabellera —aunque también puede ser un duelo de máscara contra máscara, por ejemplo—. Si gana el de la máscara, un peluquero entrará al cuadrilátero al final de la pelea para dejar el cuero cabelludo del perdedor al descubierto. Y si gana este último, desenmascarará a su rival frente a todos.

En casos excepcionales, el público puede perdonar al perdedor si considera que la pelea se ha ganado injustamente. “La gente a veces no acepta que se gane con mucha trampa, así que apoya al perdedor, hasta que el otro lo deje con su máscara o su cabello sin cortar”, explica el luchador.

Mario es técnico, pero también pelea como rudo cuando la situación lo amerita. En esos casos, es necesario que cambie de nombre y traje para que la gente no se confunda. Como rudo es conocido como La Calaca y tiene un traje negro que simula los huesos de un esqueleto.

Todo por el espectáculo

Quienes practican la lucha corren muchos riesgos. Para muchos espectadores, los objetos que utilizan están construidos para no lastimar o la pelea está coreografiada, pero El Magnífico asegura que no hay nada de eso. Durante una pelea, la adrenalina impide que los luchadores sientan el dolor de sus heridas en toda su magnitud, pero una vez que su efecto pasa llegan las consecuencias.

Parisaca se ha dislocado diferentes dedos de la mano, una rodilla, la mandíbula y el hombro, que es su lesión más seria. Durante mucho tiempo el único tratamiento al que pudo recurrir, como muchos de sus compañeros, fue al que ofrecen los curanderos naturistas. Después de mucho tiempo se organizaron y accedieron a un seguro de salud que les permitía recibir atención médica en caso de que sus heridas fueran graves.

Elena es la esposa de Mario, y si bien solía disfrutar de los espectáculos domingueros con él, ahora está más preocupada por su salud y le pide que deje el ring.

El tiempo ha marcado su paso. Con 46 años, y más de dos décadas en diferentes cuadriláteros, Mario ha dejado atrás su primer traje rojo y cosió otro, uno más cómodo, que luce los colores de su equipo de fútbol, The Strongest. Tiene cuatro hijos —Gilda, Edson, Lilian y Yuri— y la pasión luchadora se ha transmitido a la siguiente generación. Edson, de 19 años, comenzó a luchar a sus 15 bajo el pseudónimo de El Magnífico Junior. Es técnico al igual que su padre y solo intentó luchar de rudo una vez, aunque el joven comenta que no le fue nada bien en ese rol.

“Edson pelea, pero como se fue un año al cuartel y ahora va a entrar a la universidad, ya no tiene tanto tiempo. El pequeño, Yuri, ha peleado unas cuatro veces, vestido de Chucky (el muñeco diabólico), pero ya no va más porque después quiere lanzarse de los pupitres en el colegio”, dice el papá.

Si bien el sastre aún continúa subiendo al ring del Multifuncional de la Ceja de El Alto, va cada vez menos. Han aparecido diversos grupos y solo hay un lugar apto para estos enfrentamientos, por lo que tienen que turnarse. “Algunos no hacen buena lucha, ponen jóvenes aficionados que solo han entrenado un par de meses. Esto es porque a ellos se les puede pagar menos, y como son nuevos, se conforman”.

Todos los días, Mario sale de su casa en El Alto y llega a la sastrería. Este trabajo le ha permitido mantener a sus cuatro hijos y darles una profesión —Gilda estudia Odontología y Edson entrará a Medicina. Coser fue el camino a una vida próspera y también lo ayudó a cumplir su sueño: transformarse en El Magnífico y escuchar desde el ring el apoyo del público, que aún le pide que se levante y siga peleando.

La Razón

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